Iba a un abrazo cuando sus ojos se perdieron en otros cuerpos, en otras mujeres, y lo recibió una cachetada.
Cuando ya no pudo soportar las cizañas del árbol, la manzana terminó arrojándose al suelo.
Y también puso una pistola en las manos del peluche, por si las dudas.
Fue solo una lágrima, pero había comenzado a recuperar la alegría de llorar.
Mirarla a ella era contemplar la noche en pleno día. No incluía luna, pero sí un par de estrellas.