Y cuando el árbol le devolvió el abrazo, dejó de llorar.
El lápiz estaba triste, pero aún así dejó sonrisas a su paso.
Había perdido la bicicleta pero no el rumbo. Alguien lo esperaba, tenía que llegar.
Después del llanto, el bosque empezó a resultarle menos extraño, como un nuevo amigo.
Estaba desnudo, y aún así le exigieron más. Entre lágrimas, finalmente se puso las cadenas.