Lo miró de reojo, pasó a su lado, regresó. Luego lo miró con desconfianza, sin pestañear. Y el libro empezó a temblar.
Y tras terminar la botella, el ángel exterminador por fin dejó el bar, recogió sus armas, volvió al trabajo.
Las estrellas reflejadas en el charco estaban cerca, aparentemente más cerca, frágiles y solubles.
A veces a la luna también se le iba una lágrima, mojaba al hombre. En seguida daba paso al sol.
Las manzanas cayeron sobre las hormigas, pero ninguna pudo invadir el hormiguero.