La meditación le enseñó a relajarse, y finalmente tuvo una burbuja en sus manos de piedra. Pero saltó de emoción.
No era un beso, era como si ella le quisiera arrancar los labios. Bajó la guardia y perdió su nariz, sus labios, los dedos…
Y cuando su jardinera se va, la rosa negra finalmente se entrega a su metamorfosis multicolor.
En medio de la cotidianidad, sus ojos se encontraron. Por un segundo dejaron de ser un par de extraños.
Sonreía al salir de la ducha, hasta que un par de gotas cayeron sobre el espejo. Su reflejo lloraba, y ella lloró con él.