
“El Hexágono sólo tenía cuatro afortunados la noche en que volví a pecar; cuatro caballeros hundidos en sus sillones, fumando y bebiendo como si no hubiera mañana. En el resto de mesas, desperdigadas por el bar, las chicas entretenían al resto de hombres más vacíos de cartera, aunque no de moral.
Dudé entre qué emplazamiento elegir. Las luces del escenario parpadearon y me sentí atraído por la posible actuación. Escuchar música sería maravilloso si con ello conseguía apagar las malditas voces de mi cabeza. Me senté en la mesa enfrente a la barra: el sillón más caro y cotizado. Ante todo quería no pensar. Una de las chicas se me acercó”.
Este fragmento pertenece a un blog amigo, La hija de K. Pueden leer el cuento completo en este enlace