Desde que nació vio el mundo con centro rojo. Los colores los veía solo de reojo; jamás probó alimento sin teñirlo con su luz. Pese a esta extraordinaria condición, los renos corrientes se consideraban superiores y rompieron relaciones con él. De esos renos sólo le quedaba un recuerdo, un trozo arrancado de su cornamenta. Una noche, en medio de un fuerte invierno, un anciano interrumpió su soledad y pidió prestada su nariz. El reno aceptó, dispuesto a entregar su vida, pero el anciano respondió: La nariz… y el reno que viene detrás. Desde entonces, el anciano busca a Rodolfo en todos los inviernos. En otoño, lo buscan las hembras, anhelando que su hijo sea el próximo elegido.