Estaba en la fila, junto a los otros renos, cuando sintió una comezón en la nariz. La frotó contra el suelo y vio que salían chispas. Retrocedió asustado, pero no pudo hacer nada para ocultar su brillante nariz roja. ¿Estaba sangrando? No, no era sangre. No le dolía, simplemente iluminaba todo a su paso. Quiso pedir ayuda, pero nadie resistía su roja mirada. Nadie podía mirarlo a los ojos. Echó a correr. Al siguiente día continuó su camino. Día tras día, lejos, cada vez más lejos. Una noche lo atrapó una tormenta, y ya no pudo levantarse. Un anciano gordo apareció, guiado por el leve resplandor del reno. Creyó que era muy tarde, hasta que Rodolfo estornudó.