Miraba el suelo. Veía cómo brillaban sus lágrimas antes de caer. No sabía si estaba migrando o si había sido exiliado. Simplemente no lo querían, no tenía por qué quedarse. Descubrió una figura roja que lo llamaba con una mano. La emoción de encontrar a alguien pudo más que la prudencia, así que descendió y aterrizó junto a la misteriosa figura. Los susurros de los renos le hicieron retroceder y arrepentirse, pero el enorme sujeto le tendió la mano, señaló el camino, tocó su nariz. Y esa fue la primera caricia de Rodolfo.