Ella calla violentamente, atravesada por mi estúpido comentario, arrancando sus palabras de mi oído y de mi cuerpo, quitándome no sólo los te amo, también aquellas miradas de cariño dudoso, y refuerza su acto despegando su brazo de mi cuerpo, se voltea, reinventa su sonrisa antes de entregarse a un sueño repentino que me aleja y me mantiene en mi lado de la cama, la contemplo, vigilo, escucho su respiración, ella apunta su cabeza hacia mí, imagino que la beso entre paisajes marrones y azules -no es el primer beso en la cama, acaso el primero en el que estamos desnudos-, durante el cual sus brazos empiezan a multiplicarse, y yo empeñado en no dejar ni un centímetro de cuerpo sin explorar, con manos y labios, y así, segundo a segundo, recuperamos nuestra calma callejera, con la cual se tranquilizan nuestras caricias, que dicen: aún pueden verte, vístete.