Había llegado gracias a la confabulación del viento y la tierra. El agua llegó hasta mí cuando más la necesitaba, arrancándome de la muerte. Cierto día, aquellas personas cuyos pies temí durante bastante tiempo, de pronto me resultaron pequeñas e inofensivas. Quise ir hasta ellas, abrazarlas. Pero no tenía pies, ni siquiera estaba descalzo, y mis sentimientos resultaban doblemente increíbles.