Todo el tiempo cargué una llave. Cuando te conocí, dormías al pie de un árbol, tus brazos a modo de almohada. Me recosté a tu lado y, en lo poco que miré, no pude ver si tú también cargabas una llave o una cerradura. –Yo sí tengo corazón-, dijiste al despertar. Incluso pusiste tus brazos alrededor de mis hombros para reafirmar tus palabras. Pero te fuiste.