La lagartija azul derramaba su mirada sobre las gradas; ellas también se deshacían en color. La ausencia de la familia se multiplicaba por toda la casa, desde el vacío de los ratones hasta la persistencia del polvo. En el segundo piso, un foco agoniza ante un millar de moscas. Afuera, una oruga se desliza sobre el césped, dejando por rastro un pálido arco iris. Con todo, los platos nos manteníamos tranquilos, en nuestro sitio, a pesar de nuestro hedor. Hay una ventana. Por ella no solo han escapado sueños, sino muebles, llantas y copiadoras. La brisa de la playa entra y sale de la casa, a ritmo de tormenta solar. Un día un desierto, al otro, un nevado.